Testimonio de un psicólogo vulnerable
Para aquellos que me siguen y se dieron cuenta que mis contenidos en redes dejaron de ser frecuentes o reflexivas hace un buen tiempo, hay una explicación médica de por medio. Permítame por favor mostrarme vulnerable con esta etapa complicada y reciente de mi vida.
Después de 5 meses y 11 días que no podía hacerlo, pude volver a llorar recordando cada experiencia vivida desde que mi sobrino-hijo de 18 años falleciera intempestivamente y se fuera con el Señor el 28 de diciembre de 2022, pensé que estaba llevando bien mi duelo, pues al escuchar narrar su historia a mi valiente cuñada, su madre, o consolar a mi esposa cuando lo lloraba, yo tan solo sentía tristeza y nostalgia de que no esté con nosotros, pero mi cuerpo no sentía lo mismo.
Empezó con una sensación extraña de alarma constante, siempre esperando el toque del timbre de mi casa en forma desesperada a las 2.30 de la madrugada, con mi ropa lista y mis documentos a la mano para cualquier inconveniente, ya que un episodio así sucedió en el 2021 cuando mi querida suegra se empezó a poner mal por el COVID y falleciera un mes después, y en este año, luego del fallecimiento de mi sobrino-hijo, mi suegro tuviera una complicación médica que nos tocó salir de emergencia también de madrugada, así que sabía que tenía que estar preparado para atender emergencias.
A las pocas semanas empezaron los insomnios, me levantaba a las 2:30 de la madrugada, daba un par de vueltas intentando volver a dormir, pero era difícil, hasta que recordé que era psicólogo y sabía que era parte del duelo, por tanto, si no dormía, usaría ese tiempo para avanzar trabajos, leer investigaciones de mi tesis o simplemente tiktokear para intentar distraerme, pero mi cuerpo no sentía la distracción.
Luego los dolores musculares que me quedaron como secuelas del COVID en el 2021, se empezaron a incrementar, al punto que para levantarme de la cama tenía que hacerlo de a poquitos, siempre de costado y tratando de caminar con dificultad hasta que el dolor pase. Eso me llevó a prestarle más atención a mi cuerpo, el cual ya estaba siendo más claro con sus mensajes, llevé fisioterapia, lo cual me calmaba por 24 horas, pero luego los dolores volvían.
Después de un par de meses aprox., me tocó mi cita médica y al hablar con el doctor y al hacerme otras preguntas adicionales que, curiosamente, recordaba haber hecho en mis muchas atenciones psicológicas, terminó diagnosticándome Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG) con un inicio de Depresión situacional leve. Por las preguntas que me hizo y por los estudios y experiencias vistas en mis atenciones, sabía de qué hablaba, así que tuve que recibir y empezar mi tratamiento con antidepresivos y con el tiempo, ansiolíticos.
Pero los dolores no cesaban, e incluso algunos nuevos aparecían o se incrementaban, al igual que el insomnio, no sólo por lo acontecido con mi sobrino-hijo, sino también con recuerdos de experiencias de mi pasado nada gratas y con expectativas de un futuro catastrófico, que yo sabía que eran producidas por la ansiedad pero que no cesaban, incluso buscando refugio y paz en nuestro Dios. Fueron días muy difíciles que solo se calmaban cuando trabajaba atendiendo personas o navegando en las profundidades de mi tesis, sin dejar de buscar a Dios constantemente y conversando cosas profundas con mi esposa.
Hasta que un día por la noche, mientras hacía actividades que requerían esfuerzo físico, me sobrevino de modo repentino un adormecimiento intenso en toda la parte derecha de mi cuerpo, desde la punta del pie hasta mi cabeza. Cada zona de esa parte de mi cuerpo, incluso el tórax, lo sentía adormecido. Incluso cuando intenté servirme un vaso con agua para calmarme, perdía fuerza en mi mano derecha, lo que comenzó a ponerme más nervioso, ya que algunas semanas antes, mientras manejaba tuve que bajar del auto por un buen rato para estirar mis piernas por los múltiples calambres que sentía mientras manejaba y en algunas ocasiones mientras dormía.
Me fui de emergencia acompañado por mi esposa y mi valiente cuñada, al llegar al hospital sentí que me desvanecía y no podía caminar, me trasladaron al consultorio en silla de ruedas. Al comentar con el médico estos episodios con tantos detalles, descartó que tuviera algo neurológico y solo me dio algunas inyecciones por alteraciones musculares y después de sugerirme una interconsulta con traumatología para descartar alguna fibromialgia, me recomendó seguir con mi tratamiento por la ansiedad y la depresión.
Regresamos a casa y, producto de la medicina, dormí como 14 horas de corrido. A partir de allí empezaron las visitas médicas, esta vez en forma particular porque el seguro me dio consulta para el mes de agosto. Cada consulta era una serie de exámenes, tuve que dejar de atender en algunas ocasiones y dejar de aceptar dictar algunos cursos porque ya había empezado mi tesis de maestría, lo que sorprendentemente me relajaba y llenaba de entusiasmo por los grandes avances con mi asesor de tesis, pero los dolores y la angustia de los resultados médicos me dejaban alterado frecuentemente.
El traumatólogo, después de pedir una resonancia magnética y verificar que todo estaba en perfectas condiciones, me envió con neurología, el neurólogo, después de pedir una tomografía me confirmó que mi cerebro estaba en perfectas condiciones, al igual que mis huesos y mis músculos y después de hacerme otra lista de preguntas, me descartó que fuera fibromialgia, así que solo me recetó ansiolíticos por un mes más y en vez de alegrarme por los resultados, terminé frustrado pensando en que tal vez, como me lo clarificó un amigo colega, alguna enfermedad pudiera ser la excusa perfecta para lidiar con mi pena y dolor, y no tenerme que hacer responsable de mi pesar, así que decidí volver a retomar mis terapias con mi psicólogo.
Hace unos pocos días, mientras dormía profundamente, me levantó las pulsaciones intensas que empecé a sentir en mi pecho, resonaba hasta mi tórax y en mi oído empecé a sentir un zumbido extraño que seguía el ritmo de los latidos de mi corazón, pero intensamente, empecé a respirar profundo y lento y al cabo de pocos minutos, se me pasó. Así que me tocó otra cita médica más, está vez con el cardiólogo, pero, oh sorpresa, otra vez la ansiedad, aunque este médico me pidió otros exámenes para, de todos modos, verificar si hay algo más que eso.
Pasaron así los días y como ya había retomado mis terapias con mi psicólogo, empecé a comprender mejor a los valientes que atiendo, comencé a sentirme mejor, sabiendo que todo era cuestión de un episodio ansioso depresivo y aunque siendo un profesional de la salud mental atendiendo casos como éstos constantemente, también me puedo permitir lidiar con estos síntomas, además, después de los eventos ocurridos a lo largo de estos años, era imposible sentirme el fuerte y preparado para las diversas emergencias, tuve que aceptar mi propia vulnerabilidad sin confundirla y menos mezclarla con debilidad.
Aún sigo lidiando con algunas secuelas pero puedo comprender mejor cada cosa que me pasa, he podido vivir la experiencia propia de muchos de los valientes que atiendo y créame que ahora admiro más su valentía no solo por su lucha sino por su insistencia en buscar ayuda adecuada, como alguna vez leí: todos tienen problemas, pero no todos se atreven a resolverlos y entendí que, solo aquellos valientes que buscan ayuda, particularmente la psicológica, son los que se enfrentan a la oportunidad de atenderlos y buscar resolverlos. Por eso dejé de llamarlos «pacientes» y ahora los llamo valientes.
Se requiere de valentía y perseverancia para hacer todo esto, y para lograrlo debemos empezar a comprender, aceptar y valorar nuestra propia vulnerabilidad, hoy volví a reconocer el poder de la vulnerabilidad y lo mejor de todo es que volví a lo que más me gusta: escribir reflexiones.
Gracias por leerme.
Me da confianza al leer esta narración inspirandome a retomar mis terapias psicológicas me siento como si estuviera acompañado en mi historia de vida
Adelante mi estimado, haces bien en retomarlo. Un fuerte abrazo a la distancia.