Milagro de Adopción

El verdadero milagro de la adopción

Mi esposa Liliana y yo nos casamos en el 2000 con el anhelo de formar una familia. Tres años después, pensamos que ya era tiempo de ser padres, no solo por los comentarios de familiares y amigos que nos motivaban a tener hijos, sino por nuestro deseo de cuidar a nuestros futuros pequeños. Soñábamos con tener una linda parejita a quienes llamaríamos Jair y Jazmín. “Tres años han sido suficientes para prepararnos para la paternidad”, decíamos. Sin embargo, al darnos cuenta de que los años pasaban y que no podíamos engendrar, empezó a embargarnos una gran incertidumbre respecto a nuestro futuro familiar.

Para nuestro quinto año de casados, los chequeos y continuas investigaciones médicas nos llevaron a tener confrontaciones personales con nuestra fe. No podíamos creer que, a pesar de conocer a Dios por casi diez años y ser testigos de sus milagros, ambos habíamos recibido el desalentador diagnóstico de infertilidad. Eso nos golpeó muy fuerte.

“En el pueblo del Señor no hay mujer estéril”, nos decían. “El Señor me ha revelado que pronto tendrán un hijo”, nos animaban. “Dios sanará sus cuerpos y les dará el hijo que tanto esperan”, lo afirmaban. “Pidan con fe y recibirán su milagro”, nos insistían. “No solo crean en Él, CRÉANLE A ÉL”, nos recordaban. Hasta mencionaban la famosa frase “¡Decrétenlo! como si ya lo tuvieran”. Así pasaba el tiempo y no lográbamos embarazarnos, lo que nos causaba mayor dolor y vergüenza por no “creer” lo suficiente.

Con mucha frecuencia esperamos que los milagros se realicen tal como nosotros esperamos, pero si eso no sucede, buscamos la manera de presionar a Dios para conseguir lo que queremos. A veces olvidamos que Dios tiene maneras muy diferentes de actuar. Recordemos cuando le dijo a su pueblo que estaba prohibido casarse con alguna persona extranjera; sin embargo, Dios permitió que la viuda Rut tenga una relación de ese tipo y Él la honró tiempo después. También podemos mencionar al Rey David quien, antes de serlo, mientras escapaba de Saúl, solicitó alimento al sacerdote Ahimelec ocultándole que escapaba de Saúl. No obstante, recibió como alimento el pan sagrado, el mismo que no debía comer ningún hombre. Tal parece que Dios tiene múltiples formas de actuar, pero el mensaje de fe recibido no siempre incluye esa diversidad de formas.

Para el sexto año de matrimonio mi esposa me habló de la adopción. En esa ocasión, le increpé ásperamente: “¿Cómo es posible que dudes de lo que Dios puede hacer?”. Le repetía lo que nuestros amigos y hermanos en la fe nos decían: “Dios hará un milagro, tendremos un hijo biológico”. Le reclamaba sin darme cuenta de que esos mensajes, llenos de un falso entusiasmo y una solución simplista, nos alejaban de comprender el real y diverso actuar de Dios. Hasta ahora me sigo preguntando si la iglesia realmente está preparada para incluir en su fe la bendición y el milagro de ser padres adoptivos.

«Dios decidió de antemano adoptarnos como miembros de su familia al acercarnos a sí mismo por medio de Jesucristo. Eso es precisamente lo que él quería hacer, y le dio gran gusto hacerlo». Efesios 1:5 NTV

Luego de once años de casados aceptamos nuestra condición de infertilidad. Entendimos que éramos parte de esos nuevos tipos de familias no tradicionales a las que se les denomina: “Familia sin hijos”. Después, durante mi búsqueda personal de respuestas divinas, me encontré con nuestra realidad como “hijos adoptivos” de Dios y comprendí que Él nos amó, nos aceptó y nos buscó, aún sin nosotros conocerlo. “Decidió adoptarnos… y le dio gran gusto hacerlo”. Pensé: “Si Dios nos adoptó por su gracia, ¿por qué no habríamos de hacerlo nosotros?”. Entonces, muy entusiasmado busqué a mi esposa para decirle que ya me sentía preparado para ser un padre adoptivo y recibí su respuesta amable y tierna, pero firme: “Yo no quiero”. Su respuesta tenía sentido, pues los trabajos en el ministerio, los múltiples viajes, las diversas labores y los estudios profesionales que ejercíamos no nos dejaban mucho tiempo y recursos para dedicarnos a tener y a sostener un niño en ese momento.

Adoptar no es una decisión simple, no solo por los prejuicios, mitos, inquietudes, dudas y temores que se pueden presentar —lo que lleva a muchos a ni siquiera considerar esa opción—; sino, también, por las implicancias a nivel personal, familiar, legal, social y hasta ético que se presentan, sin mencionar el cuestionamiento espiritual en el que muchas veces los creyentes caemos. Un niño en adopción suele ser afectado en su desarrollo psicosocial, principalmente, por sus vivencias de abandono y carencias afectivas; de allí que, intentar criar a un niño adoptado sin tener los recursos afectivos y el tiempo y paciencia suficientes para cambiar esa pequeña estructura mental, puede, más bien, perjudicar su pequeño corazón y “echar a perder” su vida. Fernando Savater lo resume así: «Lo que cuenta no es el derecho de cualquiera a adoptar un niño, sino el derecho del niño a no ser adoptado por cualquiera».

Así pasaron dieciséis años de matrimonio: los primeros cinco años intentamos ser padres; los siguientes cinco, mi esposa quería tener un hijo, pero yo no; los cinco años que vinieron después, yo esperaba ser padre, pero mi esposa ya no quería tener un pequeño; hasta que, luego de haber meditado y procesado la idea, sentirnos emocionalmente más estables y tener mayor convicción, con una proyección de vida más clara, tomamos la decisión de adoptar. Lo hicimos no por la necesidad de ser padres, sino por el deseo de compartir nuestra vida con un niño, acompañarlo en su formación y darnos la oportunidad de seguir creciendo como familia, pues como creyentes tenemos los recursos suficientes para brindar el amor, el apoyo y la dedicación que necesitan los niños que se encuentran en proceso de adopción; además, entendimos que “el afecto no depende de la biología”.

En ese tiempo aprendimos a responder inquietudes respecto al embarazo con un “estamos en la dulce espera”. Y cuando nos felicitaban porque nos creían embarazados, respondíamos: “Estamos en la dulce espera del milagro divino”. Hasta que Dios cumplió su milagro; preparó nuestros corazones, sanó nuestras almas, nos capacitó y nos dio un hijo que nació de nuestro corazón. Él nos concedió el privilegio de ser padres de un hermoso niño que llegó a nuestro hogar el 12 de enero de 2018 con tres añitos de edad y a dos meses de cumplir dieciocho años de casados. Fue una larga espera donde pedimos con fe, oramos y agradecimos a Dios por el niño que aún no conocíamos, pero que Él ya conocía.

Tal vez el milagro no vino como lo esperaban quienes venían con sus mensajes de fe, esperanza y, en ocasiones, de condenación porque, según ellos, “no teníamos fe”. Dios lo hizo a su estilo, en su tiempo y bajo su soberana voluntad. Desde allí, nuestras vidas se transformaron radicalmente; pensábamos que la adopción nos permitiría darle una mejor vida a nuestro hijito, pero hasta ahora vemos y comprendemos que él vino a nuestro encuentro para transformarnos y darnos una mejor vida como familia adoptiva. Deshágase de los prejuicios y considere el verdadero milagro de la adopción.

Artículo de la Revista Lider6•25 Ed 16. Publicado por e625.com. Usado con permiso.

2 comentarios de “Milagro de Adopción

  1. Miguel Ángel dice:

    Dr. Bazalar, le agradezco que me haya dado el link de su artículo. Es inspirador, brinda una opción que como bien dice, que los prejuicios y temores; Suelen descartar de antemano una probable bendición. Lo que me deja pensando verdaderamente es: Si la familia adoptiva es la que realmente está lista (emocional – económica – espiritualmente). La responsabilidad de formar e instruir a una vida (frágil por su corta experiencia) está de por medio. Mucha gracias!

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